PORTADA DE LA SEGUNDA EDICIÓN.
SETIEMBRE DEL 2010.
EDICIONES ALTAZOR. LIMA.

PORTADA DE LA PRIMERA EDICIÓN.
CONJUNTO DE CUENTOS.
SETIEMBRE DEL 2008.
ORNITORRINCO EDITORES. LIMA.

COMENTARIOS AL LIBRO

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JORGE LUIS TUME QUIROGA: Cuentista del desierto y el debate postergado de la actualidad del costumbrismo

Reynaldo Cruz Zapata (Escritor,Piura)

De Trujillo, tenía noticias de Alarcón y Luis Eduardo García, como representantes de nuestra literatura por esos lares, hasta la tarde del último miércoles cuando deambulando por los auditorios de la Feria del Libro de Trujillo (FLT), descubrí a Ricardo Ayllón, escritor chimbotano que conocí años atrás en el IV Encuentro Nacional de Escritores Manuel J. Baquerizo en Ica, presentando el libro Cuentista del desierto de Jorge Luis Tume Quiroga (J.L. Tume), un piurano que ha publicado su primer libro bajo el sello de Ornitorrinco Editores.J.L. Tume, en esta publicación nos entrega 10 relatos de tendencia costumbrista, que merecen especial atención por el contexto en el que se inserta en la literatura piurana, que con la incursión de la nueva generación, por lo general ha estado alejada de la tradición e idiosincrasia popular. El panorama actual de nuestras letras es consecuencia del crecimiento acelerado de la urbe y su influencia en la creación de los jóvenes escritores.Nacido el año de 1976 en Bernal (Sechura), J.L. Tume estudió en la Universidad Nacional de Trujillo, y a la fecha radica en la capital de la marinera, un punto esencial para entender la propuesta de este escritor: la nostalgia de la tranquilidad del campo, el recuerdo de la gente y sus relatos, las celebraciones lo llevan a plasmar Cuentista del desierto como un testimonio de lo acaecido en un intento de evitar se pierdan con la invasión de estereotipos urbanos que transfiguran lo esencial de los hombres del ámbito rural.El rapto de las enamoradas como inicio de la vida conyugal, sigue siendo una constante en el campo, a pesar de que los jóvenes han adquirido de la ciudad nuevas formas de vestir, nuevas formas de comunicarse, nuevas formas para maquillar sus orígenes.- Don castulo… vengo pa´ decirle… que su hija, la Eufemia, ya está en mi casa… como decimos acá me la he robao… hoy en la madrugada me la he llevao… mis intenciones con ella son buenas… nos vamos a casar.El fragmento anterior lo encontramos en Mal presentimiento, el primer texto del libro. El discurso en estos casos sigue siendo el mismo que en épocas de los abuelos. J.L. Tume escenifica este hecho en la fiesta de Velaciones, pero también suele ocurrir en otras celebraciones como el carnaval, la navidad o el baile de año nuevo. La madrugada es propicia para que los familiares de la pareja conversen a cerca de la conformación de la nueva familia y a aquello se le conoce como “arreglar”.“Ya sacó su mujercita este bandido… a Dios gracias porque ya tiene su edad… solo estas cosas se pueden hablar de madrugada… está bien… además nadie es eterno en el mundo… yo quiero que este buen muchacho encuentre su felicidad para cuando los viejos ya no estemos… ojalá sea una buena muchacha que le lave su ropita, que lo atienda, que le caliente su comida cuando venga del trabajo… que no haga problemas por su edad… que más bien le ayude a salir adelante porque la mujercita siempre nos ayuda a agarrar a palos la pobreza… la casa le voy a dejar a él para que no pase penurias”, pensó esbozando una sonrisa triunfal.Una noticia de madrugada retoma la cuestión del matrimonio. Si en el anterior relato el protagonista no esperaba ese desenlace, en esta narración el personaje secundario se adelanta a los hechos e inconscientemente crea un futuro para su hijo. Nuevamente J.L. Tume nos presenta arquetipos de la vida rural: primero, la condición de que los hijos conformen una familia para evitar preocupaciones a los padres en su ancianidad; segundo, la condición de ama de casa que debe poseer la mujer (un machismo que se ha practicado desde épocas remotas y que se ha sumergido en el subconsciente colectivo, sobre todo en el de las mujeres paradójicamente, pero que con esta incursión de la modernidad en el campo se empieza de desdibujar). Tercero, primordial y que requiere urgente un estudio sociocultural, es la unión de parejas demasiado jóvenes – entiéndase 15 a 22 años - que es aceptada como normal y contrariamente las uniones de personas con más edad es casi un hecho curioso. Cuarto, la herencia de la casa y la chacra representa un materialismo de la gente del campo, al cual se le han unido otros accesorios urbanos como vehículos y estudios superiores (en este relato se puede observar este nuevo contexto).Los bailes populares también nutren este primer volumen de cuentos de J.L. Tume, así tenemos: Un baile inolvidable y Plan poema, dos textos en los cuales se observa el jolgorio con el cual la gente del campo – un campo que como he anotado anteriormente no es tan campo como en los tiempos idos – disfruta de estos acontecimientos. Al leer los dos relatos, podemos tener una idea de cómo han cambiado las circunstancias y que definitivamente es necesario el debate postergado sobre la actualidad del costumbrismo o la denominación de un nuevo o neo costumbrismo.Los 6 cuentos restantes, los agruparé en pares como los anteriores, así tenemos: Ña Pancha y Cuentista del desierto. La marca de un detergente da nombre al primer relato, a la vez que se observa la influencia de la publicidad, al parecer de la televisión, en el consumo de golosinas por parte de un niño. El segundo texto tiene más cualidades propias de un ambiente rural casi virgen, donde se aprecia al anciano narrador de historias que siempre existe en un pueblo. Un fantasma en el pueblo y El regreso del gigante son textos que esbozan la creencia de lo sobrenatural que aún persiste en la gente de la zona que geográficamente no pertenece a la ciudad. Finalmente, Pérdida de un chanchito y Justicia en el terral son manifestaciones de la viveza del poblador de estos territorios.La gastronomía piurana se ve reflejada en los textos de J.L. Tume. En la mayoría de los textos aparece la chicha de jora, néctar de los incas, y se puede apreciar un plato de arroz, camote y pescado frito, el ceviche, la algarroba, café, tamales y panes.J.L. Tume en este libro expone lo más peculiar del hombre piurano rural (hecha la aclaración que la imagen del piurano como hombre de campo que trabaja junto a su burro, bebe chicha en abundancia y pronuncia palabras como: gua, pa’, ña’, zonzo, que aún se tiene, requiere de un profundo análisis para comprobar que la influencia de la ciudad en el campo ha transfigurado las estructuras en las que se cimentaba la tendencia costumbrista) describe el ambiente donde se desenvuelve, la vida pueblerina, las relaciones sentimentales, la viveza y el folklore popular.De la calidad narrativa de J.L. Tume puedo escribir que es aceptable al punto de convencer al lector a terminar el libro una vez que lo inicia, utiliza diálogos creíbles y, lo esencial en la literatura, tiene visos de verosimilitud; tomando en cuenta que es la primera publicación, me arriesgo a recomendar la lectura de Cuentista del desierto, pues se nota un trabajo de selección, corrección y maduración de los textos.El génesis de los relatos de J.L. Tume ha sido las anécdotas de su tierra natal, situación que nos hace recordar que en un inicio la literatura sirvió para perennizar la vida de un pueblo, y en nuestros días se ha alejado de esta concepción por razones editoriales que apelan más a la irrealidad, a lo urbano, a las conspiraciones, a la autodestrucción del hombre o al positivismo sin sentido. Es necesario resaltar el aporte de J.L. Tume a lo que podemos denominar neo costumbrismo piurano. En esta tendencia ya se encontraban los primeros escritos de los narradores jóvenes José Lalupú, Javier Vílchez y Ana Sophía Sánchez.Entendiendo a la tendencia costumbrista como la expresión de la tradición e idiosincrasia de las clases populares de nuestra región, es necesario repensar este concepto, pues las clases populares han cambiado significativamente, la mayoría de jóvenes ha optado por convertirse en obreros de la industria urbana a continuar con el trabajo en la chacra; las muchachas han logrado acceder a estudios superiores, aunque aún persiste la dedicación de algunas como empleadas del hogar y vivanderas. La internet ha invadido de modelos a los adolescentes que además de su gusto por la cumbia, ahora escuchan un género tan disímil como el punk. Las casas rusticas están cediendo el paso a edificaciones de material noble, el burro ha sido reemplazado por el mototaxi; el uso de teléfonos celulares ha significado el cambio de piuranismos tan conocidos como el gua, a nuevas variantes como okas. Ante ello, vale la pregunta ¿Podemos seguir hablando de costumbrismo? ¿Podemos denominar neo costumbrismo a la creación literaria que tiene como referencia este ámbito rural con tintes urbanísticos? ¿Es aceptable seguir construyendo la imagen del piurano bonachón, bebedor de chicha e ingenuo?No todo se ha perdido para fortuna nuestra, sin embargo, como se nota en el libro de J.L. Tume, la influencia del campo en la ciudad ha sido significativa. El autor ha construido personajes teniendo referencias de la realidad, acaso tomando sin permiso parte de lo que aún queda de nuestros pueblos, como si fuera un compromiso tácito con la tierra que cobijo sus primeras tentaciones de convertirse en escritor.En Cuentista del Desierto llama la atención la ausencia de una advertencia al lector a cerca de que lo contenido en el libro no abarca completamente la realidad del piurano; ya nadie puede decir que seguimos contando con la trilogía representativa de nuestra ciudad: algarrobos, piajenos y Seminarios, pues de la mencionada, el único sobreviviente parece ser la caricatura de Luscor. Ante esta situación un lector poco perspicaz puede crearse una imagen de Piura, que no es más que la imagen que la modernidad está borrando a pasos agigantados, incluso en la provincia de donde proviene J.L. Tume, que con la explotación de los fosfatos se asegura un crecimiento urbanístico y una transculturización que definitivamente se va a reflejar en los próximos escritores que emerjan de ella.

San Miguel de Piura, 01 de Febrero de 2009.

RICARDO VÍRHUEZ VILLAFANE (Escritor, Lima)

He leído entre carcajadas y viajes el libro de Jorge Tume Quiroga, Cuentista del desierto. Piurano de nacimiento y trujillano por residencia, a Jorge lo conocí en una de mis escapadas a Trujillo, a veces para presentar libros y otras para dictar alguna olvidada conferencia. Entonces, Tume no se decidía en publicar o resistir la timidez, hasta que por fin se lanzó al ruedo.Cuentista del desierto lleva consigo las marcas del primer libro, en especial la que destaca en provincias cuando la narrativa oral se impone como maestra y guía. El lenguaje funcional combina perfectamente con una oralidad breve y pertinente, que aleja a Tume de cualquier exceso descriptivo que pudiera entorpecer la historia. Y además, la narrativa oral impone su dominio y su estructura, y los cuentos de este libro no siempre son cuentos, también son anécdotas simplemente, relatos y chistes, que Tume ha querido convertir en cuento.Destaca a menudo un humor hilarante, y aquella idea de Chejov y los cuentistas clásicos que dan a los personajes un "destino" inevitable, entre el ridículo y el desenlace anunciado, como en el excelente cuento "Mal presentimiento".Pero Tume es fiel a la oralidad y ha querido convencernos de que las anécdotas populares pueden convertirse en cuento. De ahí que el peso crítico de las historias descansen en una frase final o un dato contundente, más propio de la anécdota o el chiste. Y es que juntando varias de estas historias populares ha ensayado, también, un cuento compuesto por cuatro anécdotas, en el cuento que da título al libro, "Cuentista del desierto", en el que rinde homenaje al narrador popular y su profunda capacidad de humor e ironía.Cuentista del desierto es un libro divertido y bien escrito. Una prueba de la buena literatura que se practica hace muchos años en el interior del país.
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RICARDO AYLLÓN (Escritor, Lima)
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El humor del norte peruano constituyó siempre ingrediente esencial en la heterogénea conformación de la identidad nacional, y un libro de cuentos que transparenta –desde el lenguaje y la descripción– este valioso elemento, no puede pasar desapercibido. Con Cuentista del desierto, Jorge Tume Quiroga nos recuerda cuán festivas y ocurrentes pueden resultar los sucesos narrados cuando se inocula en ellos, con habilidad y frescura, lo mejor del temperamento rural piurano. A través de este volumen damos la bienvenida a un contador de historias que ha sabido acrisolar lo mejor del alma de su pueblo, y plasmarlo de tal manera en la intencionalidad temática, que consigue no solo recrear sino además nutrir el imaginario de su referente regional. ¿Existe mejor manera de reinventar la vida de una nación que enriqueciéndola con el encanto espiritual de sus protagonistas? Estos cuentos nos demuestran que, más allá de su abundancia natural e histórica, el mayor patrimonio de nuestros pueblos reside en las nobles usanzas de su capital humano.
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CÉSAR OLIVARES (Escritor, Trujillo)
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"Quiero presentarles un libro de sabrosos relatos que, si bien no van a cambiar el rumbo de la literatura peruana, sí nos permiten ver a nuestro amigo Jorge Tume como uno de los mejores narradores piuranos de su generación. “Cuentista del desierto” es una excelente oportunidad para alejarnos de la rutina devastadora de los días y sacar lustre a nuestra sensibilidad. Este libro pone generosamente a nuestro alcance diez muy bien condimentados relatos. Son narraciones con destellos costumbristas y uno no deja de sorprenderse con la metamorfosis que se opera cuando los seres que pueblan nuestra vida diaria se ven elevados a un nivel literario por la interesante pluma de nuestro amigo Jorge Tume".

UN CUENTO DEL LIBRO

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ÑA PANCHA
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Se llamaba Luis Fernando pero nadie en el pueblo ─salvo su mamá y sus hermanas─ lo sabía. Todos lo conocían como “Manchi”, apelativo que se ganó por haber nacido con una pequeña mancha en su nalga izquierda. Era un niño flaco, de baja estatura para su edad, cabello hirsuto y ojos vivaces. Era inteligente pero muy engreído, a tal punto que su mamá le consentía todo y accedía a sus múltiples caprichos, por más especiales que éstos fueran: si en su desayuno pedía mortadela y pan de molde había que darle, si en su almuerzo deseaba mollejas de gallina había que complacerlo; de lo contrario su escandaloso llanto invadía la casa. Y es que el corazón de una madre es como el pan de la madrugada, y en los pueblos pobres falta de todo pero sobra el infinito amor de la madre al hijo.
Llegó un tiempo en que empezó a pedir dinero varias veces al día para comprar una serie de exquisiteces. Era el primero ─en su pueblo─ en probar las golosinas recién salidas al mercado. Gaseosas, palitos de maíz, papas embolsadas, caramelos con centro líquido, chupetines que dejaban la lengua verde, galletas bañadas en chocolate y sobrecitos con mayonesa y kétchup eran sus preferidos. Su mamá ─una señora de escasa estatura y excesivo peso─ consentía en todo estas frescuras pues amaba mucho a Manchi y tenía un pequeño negocio de chicha que le permitía costearse diariamente algunas monedas.
Tanto era el capricho que cierta vez la señora Carítina, dueña de la tienda preferida de Manchi, le dijo:
─Yo de la Virginia te agarro a correazos porque andas pidiendo plata a cada rato.
─Eh… todavía te compran y te pones brava. Voyme a comprar donde mi tía Ángela ─. Dicho esto, Manchi salió muy molesto de la tienda para nunca más volver.
Cierto día de verano ardiente Manchi pidió dinero a su mamá cuando ésta acababa de pagar unas sillas de plástico que había sacado a crédito. No tenía ni un céntimo en la vieja latita donde guardaba su dinero. El objetivo de Manchi era comprarse unas galletas que ─según la propaganda─ estaban rellenas con miel de abeja. Como no creyó que su mamá no tuviera los cincuenta céntimos que necesitaba, fue a cerciorarse a la latita y no encontró nada. Exigió, gritó, derramó algunas lágrimas pero su mamá no podía, esta vez, complacerlo.
En esos precisos instantes hizo su aparición sombría, en la puerta de la casa, doña Anita Chapa, habitante del pueblo que a juzgar por sus ropas, sus pies empolvados y su descolorido gorro rojo, venía de su chacra, cargando un bolso desgastado. Debido a su piel sudorosa y tostada por el sol daba la sensación de ser una señora con sed perpetua.
─Ña Virginia, buenas tardes ─dijo al fin.
─Buenas tardes, Ana, ¿qué quieres?
─Véndame una jarrita de chicha.
Doña Virginia fue a la cocina a servir la chicha mientras Manchi no podía ocultar su alegría sonriendo y haciendo brillar sus ojillos de perico. Regresó doña Virginia trayendo una pequeña jarra de espumante y fresca chicha de jora, más un poto de color amarillento.
─Sírvete, Ana ─dijo doña Virginia y regresó a su cocina.
─Gracias, Ña Virginia.
Doña Anita se sirvió un poto de chicha hasta el borde para tomárselo de un solo golpe. Era un espectáculo verla tomar su chicha con asombroso deleite. Manchi se quedó observándola con una desesperante curiosidad.
A mitad de la jarra, Anita dejó de tomar y se puso a pensar con la mirada taciturna. Manchi no podía ocultar su desesperación, pues pensó que doña Anita iba a terminar muy rápido la jarra de chicha, pagar y despedirse como siempre lo hacía. Esperó estoicamente otro momento. Anita sirvió otro poco de chicha, tomó un sorbo, lo dejó sobre la mesa y esta vez empezó a repasar con su mirada los viejos calendarios que estaban pegados en las paredes. Manchi no pudo más y se dirigió a la cocina.
─Mamita, cóbrale ya la jarra de chicha ─dijo con una voz que denotaba desesperación.
─No, hijito, cómo le voy a cobrar si todavía no termina.
─Pero se está demorando mucho.
─No, hijito, a la hora que acaba le cobro y te doy esos cincuenta céntimos para que compres tu galleta ─dijo la mamá y continuó lavando sus ollas.
Manchi regresó a la sala y encontró a doña Anita hurgando en su bolso como si buscara algo. Todavía tenía chicha en su jarra. Luego tomó otro sorbo y empezó a escarmenarse los negros cabellos con un peine pardo. Manchi se daba la vuelta, salía un rato a la calle, volvía, se sentaba en una vieja silla, tenía ganas de decirle “oye, ya ándate”, volvía a salir.
Pasó cerca de una hora y media hasta que doña Anita se tomó el último poco de chicha para alegría de Manchi. Se paró, cogió su bolso y metió la mano dentro de él.
─Ña Virginiaaaaaa ─dijo al fin.
─Queeeeeeeeee ─se escuchó desde adentro ─ya voy.
Doña Virginia entró a su sala mientras Manchi seguía atentamente la escena con la mirada. Doña Anita habló con una voz suave y acongojada:
─Ña Virginia, discúlpeme, no he traído plata, pero le voy a pagar con una Ña Pancha.
Dicho esto entregó una bolsita del azul detergente y salió presurosa para perderse en la calidez de la tarde.
Manchi se tiró al suelo y se revolcó, pataleando como nunca antes lo había hecho.